Cuentos de ingeniera desvelada.

22:59. Sigo todavía en la planta de producción.

Sorprendentemente no estoy cansada, después de un turno de más de once horas. Pronto serán doce.

Pero la espera a que termine la intervención mecánica me está empezando a resultar aburrida. No es que no sepa ayudar (ni que no quiera), pero es que no me voy a poner yo a girar palancas con cuatro hombretones aquí. Que por muy mujer fuerte, independiente y dueña de mi destino que sea, los brazos los tengo más bien flojos.

Ahora son seis hombretones. Parece que se han reproducido, como los Minions. Menudo festival de testosterona se ha formado en un momento. Están intentando mover un motor, o algo así. Pero se ha quedado atascado.

Es como la espada del Rey Arturo. Uno tras otro, lo van intentando. Pero va muy duro y ninguno lo consigue.

Mientras, yo les observo desde su espalda. Tecleando, apoyada en una mesa improvisada hecha con un contenedor de piezas. Finalizando el análisis de datos de hoy, con cara de interesante detrás de las gafas de seguridad y la máscara de enzimas.

¿Quién será el próximo Rey Arturo? Nadie lo sabe. En todo libro que se precie sólo habría un final preferido por todos. Que al final fuese yo la que moviese el motor. ¿Se habrá quedado bloqueado electrónicamente y la solución será tan sencilla como presionar el botón adecuado en el panel de control? A veces, el cerebro es el músculo más fuerte.

Qué dura es la vida de la mujer ingeniera. Pero qué divertida también.

ingeniera

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